Es real. Es habitual. Y, lo que es más importante, es reversible
Cuando miro atrás, pienso que ojalá hubiera sabido más en su momento, y quizás así habría podido detener la lenta progresión. A menudo reflexiono sobre cómo podría haber cambiado muchos aspectos de mi vida: mi irritabilidad con los niños, somnolencia frente al televisor, los ataques de hambre o el cansancio constante. La realidad es que debería haber sido más consciente de lo que estaba pasando. He enseñado fisiología y bioquímica a miles de doctores, y aun así yo padecía una de las enfermedades crónicas más habituales y devastadoras, la Diabetes Tipo II.
Durante años, me sentí orgulloso de nunca haber necesitado ir al médico. ¡Quizás el haber formado a cientos de doctores me llevó a evitarlos a no ser que fuera absolutamente necesario! Mi rutina diaria seguía un patrón típicamente familiar: me levantaba temprano para prepararme para la jornada, un desayuno rápido, dejaba a los niños y me iba a la universidad, donde impartía clases a los estudiantes de medicina y ayudaba a los que se preparaban el doctorado con sus proyectos. Era un adicto al trabajo, pero me las arreglaba para volver a casa a una hora decente, cenar, dormirme delante de la televisión, acostar a los niños y luego trabajar hasta tarde.
Ignorar los signos fue un gran error
Mis treinta se convirtieron en mis cuarenta, y los signos de repente empezaron a aparecer con más frecuencia. Me sentía cansado y aletargado después de comer. Disminuyó mi energía a la hora de unirme a las actividades familiares, y la más evidente fue que mi familia bromeaba diciendo que estaba embarazado debido al tamaño de mi barriga que crecía cada año. Mi falta de ejercicio fue algo de lo que siempre me jactaba, pero mi familia empezó a quejarse de que mi paso al andar era cada vez más lento conforme mis hijos empezaban a ser mayores. Mi dieta nunca ha sido mala, no tenía un gusto especial por los dulces y creo que nunca he entrado en un McDonalds, pero cuando comía, la cantidad de comida en mi plato era abundante y no paraba hasta terminarlo todo. Tanto mi mujer como yo adquirimos el hábito de compartir una botella de vino por la noche. Era nuestro pequeño capricho.
Asumí que sencillamente me estaba haciendo viejo
En mi familia éramos “afortunados”, pues si vemos el árbol familiar estaba claro que pocos murieron de cáncer. La parca normalmente venía a buscarnos cuando estábamos ya en los setenta, y la enfermedad elegida era un ataque cardíaco. Esto por lo general era precedido por una Diabetes Tipo II y gota. Cuando tenía cincuenta y tantos, perdí a mi padre y a mi madre por enfermedades coronarias. En ese momento estaba en la cumbre de mi carrera profesional, y empezaba a pensar en la jubilación. También viajaba mucho. La realidad me golpeó. De regreso de un viaje de trabajo a Argentina, mientras estaba bloqueado en una parada de autobús para trasladarme al aeropuerto, me oriné encima. Simplemente, no podía aguantarme más. Una vez en casa, mi familia se dio cuenta de mi sudoración excesiva y mi temperamento irascible. Dos días después me desmayé mientras caminaba por un centro comercial.
Mis niveles de glucosa eran peligrosamente altos
En el hospital llegó rápidamente la respuesta a los sucesos recientes. Era Diabético de Tipo II. Mi azúcar en sangre estaba fuera de control y estaba claro que lo que había pasado era una prueba de que mi cuerpo gritaba pidiendo ayuda. Fue todo un shock. Sabía lo que significaba este diagnóstico y el futuro posible que se abría ante mí no era precisamente divertido. Sabía que podría sufrir daños en los nervios y pérdida de sensación en los pies, mayor riesgo de fallo cardíaco, posibles amputaciones y ceguera… no era la jubilación que tenía en mente. Ciertamente, las primeras semanas estuvieron dedicadas a visitar médicos para controlar la glucosa, y caí en la autocompasión, ¿ya no podría beber alcohol, comer lo que me gusta y hacer las cosas que imaginé para mi jubilación? Afortunadamente, con la ayuda de mi mujer, me sobrepuse a estos pensamientos y decidí mirar hacia adelante y tomar el control.
Mirar hacia adelante y tomar el control
Armado con algunas herramientas, un monitor de glucosa en sangre y alguna información que me proporcionó mi centro de salud, comencé a tomar el control de mi salud. Controlé mi glucosa después de cada comida, y empecé a darme cuenta de la existencia de patrones relacionados con la comida y la forma en la que afectaba a mi glucosa en sangre. Como familia, nos concienciamos y cambiamos la forma de comer. Tiramos toda la comida basura que teníamos en casa y aprendimos a cocinar alimentos que podrían ayudarme incluso con mis niveles de glucosa sin que me dejasen hambriento o afectado por el temible golpe de azúcar en sangre. Añadimos el caminar un rato a la rutina diaria, y redujimos la botella de vino por noche a una botella de vino a la semana. Las cosas empezaron a ir mejor.
Con el tiempo aprendí que las visitas al centro de salud no eran lo suficientemente frecuentes como para guiarme en las decisiones diarias. Comencé comprando mis propios análisis de sangre y supervisé no solo mis niveles de glucosa a corto y largo plazo, sino también mi riesgo cardiovascular, la función renal (a menudo alterada por la diabetes) y otros muchos marcadores. Melio me proporcionó resultados rápidos y guía del médico que me ayudó en mis citas con el médico.
Reflexionando, se desperdició la oportunidad
No es perfecto. Todavía sufro dos veces al año de ataques de gota (una enfermedad artrítica dolorosa) y mi peso fluctúa regularmente, ya que los días en los que me salto la dieta se convierten en semanas y me tengo que obligar a estar de nuevo en forma. Sin embargo, estoy mejor ahora en mis 60 que cuando tenía 50, y las cosas se mueven en la dirección correcta. Me pregunto cuanta salud y, en definitiva, experiencias vitales he desperdiciado por no haber abordado este problema cuando no era una Diabetes Tipo II, sino una mucho más fácil de tratar Prediabetes, donde los niveles de glucosa indicaban que estaba en camino a una Diabetes Tipo II. Reflexionando, me tendría que haber centrado en tratar de detener esto mucho antes de que se convirtiera en un problema, y haber realizado cambios en mi estilo de vida.