1. Qué es la gripe
La gripe es una enfermedad respiratoria provocada por el virus influenza que afecta a las mucosas de la nariz, la garganta y en algunos casos los pulmones. Existen varios tipos de virus de Influenza pero son los tipos A y B los que causan las epidemias de gripe estacionales todos los años.
El virus Influenza tipo A presenta una alta variabilidad antigénica, esto quiere decir que las proteínas de sus superficie cambian ligeramente año tras año, de manera que se crean nuevas variantes frente a las cuales existe poca o ninguna inmunidad. Este el principal motivo por el que las epidemias de gripe son estacionales, se repiten anualmente y la vacuna tiene que cambiar cada año.
Ocasionalmente se pueden producir cambios mayores por recombinación de distintas variantes del virus procedentes de otras especies animales como las aves y los cerdos. Cuando esto ocurre se pueden generar epidemias dado que se generan nuevos virus más virulentos contra el que la población no tiene ningún tipo inmunidad.
La primera pandemia de gripe bien documentada y caracterizada fue la que tuvo lugar en 1918, conocida como “gripe española” y se estima que causó 50 millones de muertes. A partir de esta se han sucedido cuatro pandemias más, siendo la más reciente la surgida en 2009 conocida como gripe A y que dio el salto de especie pasando del cerdo al hombre.
2. Incidencia de la gripe
Según el Centro Nacional de Epidemiología y el Instituto de Salud Carlos III en la temporada de 2018-2019 se estima que hubo 490.000 casos leves en atención primaria, 35.300 hospitalizaciones, 2.500 admisiones en UCI y 6.300 defunciones debido a la gripe en España.
3. Síntomas
Los síntomas de la gripe pueden ser varios e incluyen fiebre, tos, dolor de garganta, dolores musculares, dolor de cabeza, fatiga y congestión nasal. Sin embargo, en algunas personas la gripe puede generar complicaciones más graves que pongan en peligro la vida de la persona como neumonías o enfermedades cardíacas.
La gravedad de la enfermedad va a depender de la capacidad del sistema inmune de cada paciente y de la existencia de factores de riesgo previos (como enfermedades cardiovasculares, enfermedades pulmonares, diabetes, personas mayores, etc).
4. Tratamiento
Actualmente, aunque existen ciertos medicamentos antivirales para tratar la gripe, su eficacia es muy limitada y el tratamiento se centra principalmente en controlar los síntomas.
5. Gripe y COVID
Para distinguir estas dos infecciones debemos fijarnos en algunas diferencias como las siguientes:
En la infección por COVID se puede producir anosmia (pérdida del olfato) y en la gripe no.
El periodo de incubación del COVID es más largo.
Los síntomas de la infección por COVID aparecen de forma más progresiva durante varios días.
Sin embargo, por lo demás la sintomatología puede ser muy parecida (tos seca, fiebre, fatiga y dolor muscular), por lo que sería necesario realizar una prueba microbiológica para hacer un diagnóstico definitivo.
Por el momento se han observado pocos casos de infección simultánea de Covid-19 con gripe y todavía no se conocen bien las consecuencias clínicas que esta co-infección puede conllevar y además se teme que el aumento en los casos de Covid-19 coincida con los casos de gripe, por lo que desde las autoridades sanitarias se está haciendo especial hincapié en la importancia de la campaña de vacunación de gripe a los grupos de riesgo este año, que pueden evitar gran parte de los ingresos hospitalarios por gripe.
6. Prevención
Además de la vacunación, mantener nuestro sistema inmunitario fuerte es importantísimo para que la infección sea lo más leve posible, especialmente para las enfermedades víricas respiratorias como la gripe o el covid-19.
Vitamina D
Para la correcta función de nuestro sistema inmune la Vitamina D juega un papel muy importante. Varios estudios observacionales y ensayos clínicos han encontrado que niveles bajos de vitamina D aumentan el riesgo de contraer enfermedades respiratorias víricas y de desarrollar síndrome de distrés respiratorio agudo. Esto puede deberse a que la Vitamina D promueve la liberación de proteínas protectoras (llamadas “defensinas” y “catelicidinas”) que inhiben la multiplicación del virus y regulan la respuesta inflamatoria en los pulmones.
El 20% de los niveles de vitamina D se obtiene a través de la dieta, incluida en alimentos como los pescados grasos (salmón, atún o caballa), la yema de huevo o el queso. El 80% restante se deberían obtener mediante la síntesis cutánea gracias a la acción de los rayos UV.
Sin embargo, dado que en invierno la intensidad de la radiación UV es muy baja, es muy complicado conseguir la dosis diaria necesaria (¡sería necesario más de dos horas de exposición solar diaria!)
Esto junto con una dieta inadecuada son las causas de que el déficit de vitamina D se esté instaurando como una auténtica «epidemia» en todo el mundo, afectando a más de la mitad de la población y detectándose en todos los grupos de edad, especialmente durante la temporada de invierno. Debido a la alta prevalencia de este déficit y las complicaciones que genera, algunos expertos consideran necesario un cribado universal para el análisis de esta deficiencia.
Alteraciones metabólicas e inflamación
El desarrollo de complicaciones en las infecciones respiratorias víricas (como el síndrome de distrés respiratorio agudo) está muy relacionado con una respuesta inflamatoria descontrolada o desproporcionada, que algunos han denominado “tormenta de citoquinas”. Esto ocurre especialmente en individuos que se encuentran en un estado de inflamación crónica: lo que ocurre en personas que padecen obesidad y enfermedades como la diabetes.
Existen algunos marcadores relativamente accesibles que pueden detectar un estado proinflamatorio: la proteína C reactiva (PCR) y la velocidad de sedimentación globular (VSG).
Sin embargo, como dice el famoso refrán: “más vale prevenir que curar”: la gran mayoría de casos de estas enfermedades metabólicas pueden evitarse (y por tanto la inflamación crónica) si se detectan a tiempo y se realizan los cambios en el estilo de vida. La pre-diabetes se puede diagnosticar mediante la cuantificación del péptido C, cuyos niveles pueden indicar un estado alterado en la secreción de insulina. Otros marcadores importantes de vigilar para evitar el desarrollo de alteraciones metabólicas que nos pueden hacer más susceptibles a las infecciones víricas son el perfil lipídico y la hemoglobina glicosilada.
Todos estos marcadores los puedes encontrar en nuestro Perfil Básico (excepto el péptido C que se encuentra en el Perfil Plus o de Entrenamiento Avanzado)
Ejercicio físico
El ejercicio físico es uno de los refuerzos inmunológicos no farmacológicos más potentes . Realizar ejercicio físico aeróbico moderado (como andar a paso rápido, montar en bici o nadar) tiene un efecto antiinflamatorio . Por el contrario, ejercicio físico de muy alta intensidad (como correr un maratón) puede disminuir la respuesta inmunitaria debido principalmente a un aumento en la secreción de cortisol.
Micronutrientes
Mantener un estado nutricional adecuado es también crucial para mantener nuestro sistema inmune en óptimo estado. Existen muchos micronutrientes cuya deficiencia debilita nuestro sistema inmune:
Vitamina C
Las concentraciones de vitamina C en los leucocitos disminuyen considerablemente durante las infecciones y una suplementación de entre 200-1000 mg al día puede disminuir el riesgo, duración y gravedad de las infecciones del tracto respiratorio inferior. La vitamina C se encuentra en alta cantidad principalmente en frutas (fresa, kiwi, naranja, limón y mandarina) y verduras crudas (pimiento rojo, brócoli y berros), cocinarlas reduce su contenido de Vitamina C aproximadamente a la mitad. De todos estos, el pimiento rojo es el que mayor cantidad tiene, siendo 3 veces mayor que en la naranja.
Vitamina A
Es fundamental para el correcto funcionamiento del sistema inmune, además de ser un antioxidante fundamental para el mantenimiento de las membranas celulares y de otros órganos como la piel, los sistemas digestivo, genitourinario, y en la visión. Las fuentes principales de Vitamina A activa son los productos de origen animal como el huevo (en la yema), lácteos (alta cantidad en quesos) e hígado de animales y pescados. Por otra parte, la Vitamina A se puede sintetizar en el organismo a partir de precursores (pro-vitamina A) como los betacarotenos presentes en vegetales de hoja verde como espinacas, kale y berros; hortalizas como calabaza, zanahoria o boniato y frutas como albaricoque, pomelo o tomate.
Zinc
La deficiencia de zinc produce un daño en la maduración y activación de los linfocitos. Esta deficiencia es más común en niños . Los alimentos ricos en zinc son quesos, frutos secos, semillas (lino, sésamo y calabaza), huevos, carnes y legumbres. El germen de trigo es uno de los alimentos con mayor cantidad de zinc.
Vitamina E
Se trata de un potente antioxidante presente en cereales, maíz y frutos secos y que interviene en la proliferación de linfocitos, en la producción de inmunoglobulinas y células Natural Killer que eliminan los agentes patógenos del organismo. La vitamina E se encuentra en altas cantidades en el aceite de girasol, el germen de trigo y los frutos secos, principalmente almendras, pipas y avellanas.
EPA y DHA
El ácido eicosapentanoico (EPA) y el ácido docosahexaenoico (DHA) son dos tipos de ácidos grasos Omega 3 (poliinsaturados) que se ha visto que tienen un rol muy importante en la regulación de los procesos inflamatorios. También resultan importantes para mantener la salud ocular, cerebral y cardiovascular. Estos ácidos grasos pueden ser producidos por el cuerpo a partir del ácido alfa-linolénico (ALA) presente en nueces y semillas, pero en bajas cantidades. Sin embargo también se pueden incorporar directamente en la dieta a través de pescados azules (como el atún, jurel, salmón, sardina, etc) o de suplementos.
Autores: Iñigo Uriarte Ruiz (Farmacéutico, Biotecnólogo y colaborador de Melio)
Referencias
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