Anemia crónica: ¿qué es y cómo prevenirla?
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Anemia crónica: ¿qué es y cómo prevenirla?

Anemia crónica: ¿qué es y cómo prevenirla?

Septiembre 30, 2019

La anemia es una enfermedad multifactorial con una importante repercusión en la calidad de vida de los pacientes que la padecen. Es especialmente prevalente en personas mayores, pero puede aparecer incluso en la juventud (por ejemplo, en mujeres con menorragias frecuentes). Conocer las claves de su diagnóstico en laboratorio y su tratamiento te permitirá, en primer lugar, prevenir su aparición o, si ya ha debutado la sintomatología, revertir rápidamente la situación a la normalidad.

Incluso si hoy solamente tienes tiempo para leer los puntos clave, en este artículo aprenderás:

  • Patofisiología de la anemia, su clasificación y sus diferentes causas.

  • Valores de laboratorio comunes para el diagnóstico de la anemia. Cómo interpretar un hemograma: hemoglobina y cantidad de eritrocitos.

  • Tratamiento de la anemia según su causa subyacente.

  • La anemia: una causa común de cansancio y debilidad.

Los glóbulos rojos (o eritrocitos) son un tipo de células sanguíneas producidas en la médula ósea y cuya misión es el transporte de oxígeno desde los pulmones al resto del cuerpo. Los eritrocitos contienen una proteína rica en hierro denominada hemoglobina, que aporta el color rojo a la sangre y es la encargada del intercambio de oxígeno. Una reducción de la capacidad de intercambio de oxígeno por diferentes elementos de la sangre orienta al médico hacia un diagnóstico de anemia.

Más concretamente, para ser rigurosos, la anemia se define como «cifras de hemoglobina por debajo de dos desviaciones estándar de la media para la edad y el sexo del paciente»; una reducción del hematocrito o la cantidad total de glóbulos rojos también se consideran sugerentes de anemia. ¡Ten en cuenta que la anemia no es un diagnóstico clínico de por sí, sino la presentación de una enfermedad subyacente que debe investigarse!

Los rangos normales de hemoglobina pueden variar ligeramente entre diferentes laboratorios, pero, por lo general, se establecen como se indica a continuación:

  • 13.5 a 18.0 g/dL en hombres

  • 12.0 a 15.0 g/dL en mujeres

  • 11.0 a 16.0 g/dL en jóvenes

  • Durante el embarazo las cifras varían dependiendo del trimestre, pero se mantienen generalmente por encima de 10.0 g/dL

Padecer anemia puede tener numerosas causas, pero el efecto último es que tu cuerpo no obtiene suficiente cantidad de sangre rica en oxígeno, lo que puede ocasionar cansancio, debilidad, dificultad para respirar, mareos, dolores de cabeza o latidos cardíacos irregulares.

La anemia leve es una condición relativamente frecuente y tratable, con algunos subgrupos de pacientes. Algunos segmentos de la población tienen mayor probabilidad de padecer una reducción de la eficiencia de transporte de oxígeno sanguíneo: personas mayores, mujeres durante el periodo menstrual o embarazo, por déficit de hierro y vitaminas (malnutrición), en donantes frecuentes de sangre o durante algunos tratamientos médicos y quimioterapéuticos.

Clasificación de la anemia

La anemia podría indicar asimismo una afectación más grave y, dependiendo de la etiología de origen, se subdivide habitualmente en «anemia aguda» y «anemia crónica».

La anemia aguda, es decir, de precipitada aparición, no se incluye realmente bajo el ámbito de este artículo, pues presenta sintomatología rápidamente y podría ser un diagnóstico de urgencia: entre sus causas encontramos: la pérdida de sangre aguda, la radioterapia, infecciones graves y otras causas de hemólisis, como por ejemplo crisis hemolíticas en pacientes con células falciformes.

La anemia crónica sí es de especial interés, pues no solamente abarca las etiologías más comunes, sino que muchas de sus causas disponen de una solución nutricional o de suplementación relativamente sencilla de implementar en tu dieta. El origen subyacente de la anemia crónica puede ser: deficiencias dietéticas, incluyendo niveles bajos de hierro, ácido fólico o vitamina B12; pérdida de sangre crónica (menorragia o el sangrado gastrointestinal lento) y deshidratación; o anemia por enfermedad crónica.

Un defecto en la producción de eritropoyetina por los riñones puede ser asimismo causa de anemia. Algunos tratamientos farmacológicos, el alcohol y el cáncer (leucemia) podrían causar supresión de la médula ósea y una disminución en la producción de glóbulos rojos. Asimismo, una inflamación generalizada del intestino, como ocurre en la enfermedad de Crohn, podría afectar a la absorción de la vitamina B12 y ocasionar anemia de forma secundaria.

El volumen corpuscular medio (VCM) de los eritrocitos puede orientarnos a la causa específica de la anemia. No obstante, debes consultar siempre con tu médico y evaluar tu analítica y el conjunto de tu historia clínica para establecer un diagnóstico acertado, pues existen un sinfín de matices y podrían ser necesarias pruebas adicionales (por ejemplo, endoscopia o sangre oculta en heces para descartar sangrados, análisis de marcadores inflamatorios, panel tiroideo y hepático, evaluación de la hematopoyesis, etcétera).

Tratamiento de la anemia crónica por déficit específico

Si se detecta anemia causada por un déficit dietético específico, el tratamiento es relativamente simple: una nutrición adecuada y, en caso de ser necesario, suplementación. ¡Repetimos, una vez más, que es absolutamente indispensable consultar con tu médico de atención primaria o especialista los resultados de tu análisis de sangre! Es preciso descartar otras causas de anemia, por un lado, y la suplementación podría requerir tratamientos farmacológicos de suplementación vitamínica y mineral en dosis mayores o con excipientes adicionales más allá de los disponibles para venta común.

La suplementación de hierro debe tomarse en ayunas para facilitar su absorción (un pH gástrico bajo facilita este proceso) y se realiza habitualmente mediante sulfato ferroso o nuevos agentes como maltol férrico y hierro sucrosomial (pregunta por ellos a tu médico, pues son más efectivos en poblaciones pediátricas/ancianas y presentan, aparentemente, menos efectos secundarios que los fármacos genéricos).

Una vez descartados sangrados ocultos y confirmada deficiencia férrica, se observa una rápida respuesta al tratamiento en aproximadamente 14 días, con un incremento de la hemoglobina. La suplementación debe continuar durante al menos tres meses para reponer las reservas de hierro y, por lo menos, un mes después de que la hemoglobina haya vuelto a sus niveles normales. En caso de menorragia importante, tu médico podría administrar ácido mefenámico o ácido tranexámico para reducir la pérdida de sangre.

En caso de anemia macrocítica por déficit de vitamina B12 y/o ácido fólico podemos considerar suplementación y, en este caso, las fuentes nutricionales asimismo cobran importancia.

El ácido fólico está presente en verduras verdes, fruta, carne y hígado; las necesidades diarias para un adulto varían entre 50 a 100 µg, pero se recomienda una ingesta de 400 µg en adultos y 600 µg en mujeres embarazadas. El ácido fólico se absorbe principalmente en el yeyuno y el cuerpo habitualmente dispone de una reserva de alrededor de 5mg (¡5000 µg!) en el hígado, suficiente para 3 a 4 meses. La suplementación de ácido fólico se administra regularmente por vía oral, con una dosis entre 1 a 5mg/día.

Si la deficiencia es ocasionada por alcoholismo o desnutrición (especialmente en población anciana), estas condiciones deben vigilarse de cerca y resolverse cuanto antes. Una mayor demanda de ácido fólico puede observarse en caso de embarazo, hemólisis, hemodiálisis y malabsorción (enfermedad celíaca, resección yeyunal, enfermedad de Crohn, etc.) Por último, debe considerarse si la anemia no es debida a fármacos, como ciertos anticonvulsivos y agentes anticancerígenos. Una correcta suplementación e ingesta de alimentos ricos en ácido fólico, sin embargo, normalmente son suficientes para restituir las reservas hepáticas.

Por otro lado, las principales fuentes dietéticas de vitamina B12 (también llamada cobalamina) son las carnes, el pescado, los huevos y los productos lácteos. Una dieta estrictamente vegetariana podría ser un factor de riesgo para deficiencia de vitamina B12, pero no necesariamente con presentación clínica: el cuerpo almacena de 2 a 3 mg de vitamina B12 en el hígado, ¡cantidad suficiente para 2 a 4 años! Alcanzar unas cantidades elevadas en una dieta vegana ―que no incluye productos ovo-lácteos― podría resultar un reto, y es mejor considerar suplementación o productos para vegetarianos enriquecidos en vitamina B12; entre las opciones naturales, algunas algas como el laver púrpura seco (nori) contienen vitamina B12 en cantidad relativamente alta. En este tipo de dietas la suplementación puede ser por vía oral.

Por último, debemos mencionar que la causa más frecuente de deficiencia de vitamina B12 en nuestro medio es la anemia perniciosa causada por la atrofia gástrica autoinmune, que conduce a una reducción de la producción del factor intrínseco (una molécula necesaria para la absorción de la vitamina B12). En pacientes con deficiencia de factor intrínseco, ya sea debido a anemia perniciosa o cirugía (por ejemplo, bypass gástrico), se recomienda administración parenteral (habitualmente intramuscular) de vitamina B12: las dosis y el régimen de administración son decisión de tu médico, que además debe evaluar si existe déficit de ácido fólico simultáneo y actuar en consecuencia.

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Referencias

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Autor: Tomás Duraj

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